jueves, 22 de julio de 2010

Amén

LOS NIÑOS SANTOS

Si se cansa de Job, Jonás, los tesalonicenses y Natán, siempre podrá leer esas líneas donde dice en qué ciudad fue impreso el libro, la editorial y de cuántos ejemplares consta la presente edición. Lea esas líneas las veces que quiera.

Escrito por César Castro Fagoaga /Periodista salvadoreño radicado en México
Domingo, 18 julio 2010

ME GUSTA CUANDO CALLAS

Me imagino, niño, que después de escuchar a tu abuela tantas veces con la misma cantaleta te estarás preguntando: ¿y quién es ese tal Niño de Atocha? Porque, niño, yo sé de los rencores que le causa a uno, siendo niño, que su abuela lo ningunee, lo regañe y, encima de todos los males, lo compare con otro ser de similares características pueriles. Pero ya basta, ya no hace falta sentir envidia del Niño de Atocha, del Santo Niño del Remedio, Santo Niño de La Guardia o del niño futbolero (que no por vestir camisetas de fútbol y tocar balones es menos santo). Ahora es posible ser santo, y niño, siguiendo un práctico consejo parecido a las ofertas de televisión: sea santo con solo siete minutos al día.

La medida, comprobada con la misma acuciosidad con la que se verifican los productos para reducir abdómenes, erradicar la celulitis y vencer la calvicie, es, sin lugar a dudas, el mayor aporte que hasta el momento ha hecho la Asamblea Legislativa a esta sociedad sedienta de pulcros, niños y niñas con sobredosis de valores.

Cualquiera pensaría que ese libro gordo solo sirve para decorar la casa, para pisar otros papeles o para presumir que uno ha leído el libro antes de ver algunas películas: “Los 10 mandamientos”, “La Pasión de Cristo”. Pero ahora es posible asistir a un uso realmente novedoso que cambiará la moral de esos jóvenes que desde chiquitos solo piensan en andarse pegando y matando. Tan evidente y no se nos había ocurrido.

En colaboración con el Ministerio de Educación, la Biblia podría ser un gran instrumento de formación para nuestras pequeñas criaturas. Nos quedaríamos cortos si pensáramos que solo nos serviría al leerla y no darle un uso práctico, es decir, aplicable a la vida cotidiana. Podríamos, por ejemplo, llevarla a las matemáticas. “A ver, Yony, si en un arca de 10 metros cuadrados nos caben dos tigres, dos taltuzas, dos elefantes, dos mulas y dos talapos, ¿cuántas parejas de esos animales nos entrarían en un arca como la de Noé?”

O en lenguaje y literatura. Se imaginan lo precioso que sería subrayar el sujeto, el predicado y el complemento directo en oraciones como: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En nuestra ley, Moisés ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Qué dices tú?”

Es más, si fuéramos abusados, emprenderíamos reformas en los principales museos para reforzar la lectura de la Biblia. La sala de la gravedad del Tin Marín podría ser cambiada por una representación, en 3-D a poder ser, del momento en que Moisés abre el mar Rojo. El museo de antropología lo llenamos de manzanas. Rojas, para que además sea oficial y nadie se queje. Podríamos, además, incluir ceremonias religiosas en los actos oficiales. No, perdón, eso ya se hace. O cambiarle otra vez el nombre al bulevar Venezuela y esta vez ponerle, digamos, Benedicto o Tobías.

Pero si no es posible realizar estas disposiciones complementarias, porque esta sociedad extremadamente laica no está preparada, entonces volvemos al plan original. Niño, niña: lo más importante es que lea la Biblia. Siete minutos cada día. Siete días a la semana. Da igual el pasaje, el libro o la carta que lea. Lo importante es que sea la Biblia. Si se cansa de Job, Jonás, los tesalonicenses y Natán, siempre podrá leer esas líneas donde dice en qué ciudad fue impreso el libro, la editorial y de cuántos ejemplares consta la presente edición. Lea esas líneas las veces que quiera pero procure hacerlo durante siete minutos. Solo así surtirá efecto.

Hecho esto, niño, comenzará a notar como sus deditos se le entumecen, su cabecita se le ladea y sus manitas se le colocan en posición de santo, con aureola, justo como las lucen los verdaderos niños santos en las estampitas que tanto adora su abuela. Amén.